Un daño colateral del operativo realizado por la CIA en la ciudad pakistaní de Abbottabad para neutralizar a Osama bin Laden en 2011, podría afectar a toda la humanidad, según un artículo publicado en la revista ‘Scientific American’.
Los periodistas advierten sobre el riesgo de una nueva propagación de algunas enfermedades contagiosas casi vencidas tras décadas de distribución de distintas vacunas entre los niños. Todo puede revertir bajo el efecto del abuso de la propia idea de la vacunación realizada por la CIA en las semanas previas a la incursión final al paradero del líder máximo de Al Qaeda.
El servicio especial estadounidense autorizó una campaña de vacunación falsa en distintas regiones de Pakistán para obtener el ADN de alguno de los hijos del ‘terrorista número uno’ y así detectar dónde se escondía. Las autoridades pakistaníes condenaron el uso malintencionado de los servicios sanitarios por parte de la agencia norteamericana. Un médico que ayudó a la CIA a encontrar pistas sobre Bin Laden fue condenado a 33 años de cárcel, tras ser declarado culpable de traición a la Patria.
La desaprobación popular de esas prácticas fue aún mayor. Con el tiempo, el recelo ante los supuestos agentes con bata blanca solo iba creciendo y llevó a varios actos de agresión contra los médicos (verdaderos), tanto en Pakistán como en otros países islámicos.
En diciembre pasado nueve trabajadores de una campaña de vacunación fueron linchados en territorio pakistaní: hecho que precipitó la decisión de la ONU de retirar a todos sus médicos de la región. Dos meses más tarde unos grupos armados asesinaron a diez participantes de la vacunación contra la poliomielitis en Nigeria: otro triste episodio que puede evidenciar la propagación de la violencia contra los galenos.
Esos ataques coincidieron con la etapa decisoria en la lucha contra la poliomielitis, reseña la editorial de ‘Scientific American’. El número de los casos nuevos de la enfermedad se redujo de 350.000 a 650 entre 1988 y 2011. Solo en tres países —Afganistán, Pakistán y Nigeria— la infección sigue difundiéndose por medio de contagio entre personas. Y el cierre de la campaña puede llevar al resurgimiento de la enfermedad, casi vencida en todo el mundo.
Actualmente varios organismos internacionales están reduciendo o cancelando los programas de vacunación por las amenazas a la integridad física que corren los médicos. Así, los efectos colaterales de un solo operativo estadounidense han afectado de un modo directo y fatal a decenas de personas e indirectamente a miles de millones de víctimas potenciales de las epidemias en todo el mundo.
“Debe haber una línea roja entre los esfuerzos humanitarios y la maquinación de la guerra, por muy inconformista que sea”, sugiere la revista. “El precio de lo contrario para los empeños humanitarios del futuro, la estabilidad global y la seguridad nacional de EE.UU. es demasiado grande: incluso en comparación con la liquidación de uno de los más aterradores enemigos de EE.UU. e incluso si no hay otra opción disponible”, agregan los periodistas.
4 mayo 2013
(Texto completo en: http://actualidad.rt.com/actualidad/view/93532-vacunacion-falsa-cia-pakistan-epidemia)
Washington, 2 de diciembre. El Pentágono emprenderá una expansión de sus actividades de inteligencia; para ello montará una red de espionaje que competirá con la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en tamaño, informó el diario The Washington Post, que citó a funcionarios estadunidenses bajo anonimato. El periódico dijo que, como parte del proyecto, cientos de espías adicionales serán enviados por el Pentágono al extranjero.
El plan pretende transformar la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA, por sus siglas en inglés) en un servicio de espionaje dedicado a vigilar las amenazas emergentes, el cual tendrá estrechos vínculos con el resto de las entidades homólogas en el gobierno y con las fuerzas especiales, afirmó hoy el diario estadunidense.
Según el rotativo, ahora el servicio secreto tiene que concentrarse en nuevas amenazas, como los islamitas radicales en África, la venta de armas de Corea del Norte e Irán, y la modernización militar de China. Otro de los motivos de la expansión de la DIA es la sobrecarga de la CIA con tareas de inteligencia.
Cuando este plan se complete, la DIA contará con más de mil 600 especialistas en recolección de información alrededor del mundo, cifra sin precedente para una agencia cuya presencia en el exterior ha contado con alrededor de 500 colaboradores en los últimos años, y que anteriormente se encargaba de obtener información sobre todo en los frentes de guerra de Irak y Afganistán.
El total incluirá agregados militares y otros funcionarios que no realizarán trabajo encubierto, pero el crecimiento principal ocurrirá en un periodo de cinco años con el despliegue de una nueva generación de oficiales operativos clandestinos, que serán entrenados por la CIA y dirigidos en sus actividades por altos oficiales de Defensa, agregó el diario.
Los nuevos espías en ocasiones trabajarán bajo la dirección del Comando Conjunto de Operaciones Especiales, que agrupa a las tropas de élite de las fuerzas armadas estadunidenses.
El rotativo consideró que el plan del Pentágono para crear lo que ha llamado el Servicio Clandestino de Defensa, refleja las últimas tendencias militares por adentrarse más en el trabajo secreto de inteligencia.
El plan, que tendrá un costo inicial de 100 millones de dólares, refleja una tendencia actual en Estados Unidos, la de fusionar cada vez más los servicios de inteligencia militar y civil. Ello coincide con un cambio de mentalidad estratégica del presidente Barack Obama, que apunta a limitar las acciones militares convencionales y a centrarse más en misiones especiales con metas concretas, señaló la publicación.
A diferencia de la CIA, los agentes de la Agencia de Inteligencia de la Defensa sólo estarán autorizados por ley a obtener información de inteligencia, pero no a realizar acciones tales como ataques con aviones no tripulados (drones), sabotajes, o a suministrar armas a bandas armadas subversivas.
El diario británico The Independent, señaló que una de las principales dificultades será encontrar puestos de trabajo en otros países fuera de la embajadas de Estados Unidos, para los agentes encubiertos, además de que muchos de ellos no gozarán de inmunidad diplomática.
Pl, Dpa y The Independent
ALAI AMLATINA, 13/11/2012.- En los últimos años se ha producido en Estados Unidos un avance espectacular en la monopolización de los medios. Se puede tomar como punto de partida de este proceso la Ley de Telecomunicaciones (“Telecommunications Act”) de 1996. Esta ley levantó las restricciones que existían sobre la propiedad de estaciones de radio. Con anterioridad a esa fecha, una compañía sólo podía ser propietaria de dos emisoras de radio AM y dos FM dentro del mismo mercado y no más de 40 a escala nacional. Con el cese de esta limitación se desató una ola de consolidaciones.
En los seis años que siguieron a la promulgación de la ley, “Clear Chanel Communications”, por ejemplo, obtuvo el control de 1,225 estaciones de radio en 300 ciudades. Actualmente su propiedad o control se ha extendido a más de 6,600 estaciones, más de la mitad de las que existen en Estados Unidos, incluyendo una red nacional (“Premiere Radio Networks”) que produce, distribuye o representa unos 90 programas, sirve a cerca de 5,800 emisoras y tiene alrededor de 213 millones de oyentes semanales. Incluye también “Fox News Radio”, “Fox Sport Radio” y “Australian Radio Network”, entre otras. Sus ingresos en 2011 alcanzaron la cifra de 6.2 billones de dólares.
Eliminadas las restricciones para la consolidación vertical, sólo faltaba suprimir las limitaciones que existían a la consolidación horizontal establecidas por la regla de la FCC (“Federal Communications Commission”) de 1975 (“cross ownership rule”) que prohibía al que poseía un periódico la posesión de una estación de radio (o de televisión) y viceversa en el mismo mercado. El objetivo de la regla era impedir que una sola entidad se convirtiese en voz demasiado poderosa dentro de una comunidad. En 2003 la FCC flexibilizó estas restricciones, pero el Tercer Circuito de Apelaciones bloqueó la aplicación de los cambios. En marzo de 2010 la Corte levantó el bloqueo y quedó abierto el camino a la consolidación horizontal.
Los medios de prensa escrita, radiales o televisivos, siguen las agendas que imponen los dueños. Cuando éstos se cuentan por miles, prevalece la diversidad de información y opinión dentro de los límites que permite el “establishment”. Pero cuando la consolidación se produce en gran escala, como sucede actualmente, la agenda que domina es la de unos pocos y poderosos propietarios, y la ideología que adelantan los medios es, por supuesto, la más reaccionaria y ultraderechista. Hoy tenemos más canales de televisión que nunca antes, pero una cantidad sustancial de ellos se dedica al fundamentalismo religioso, a las ventas por televisión, al más frívolo entretenimiento, o a la pornografía. En el resto, la calidad ha descendido a su peor nivel, lo que, unido al exceso de comerciales, alcanza límites embrutecedores.
Todo esto es extremadamente peligroso en una sociedad que apenas lee ya y que ha perdido la capacidad para discernir entre hechos y opiniones, porque se ha acostumbrado a la selección o presentación de los hechos en conformidad con criterios preestablecidos. Los hechos se ignoran o se deforman para validar opiniones.
La desregulación abrió a la competencia desleal todos los mercados de telecomunicación, incluyendo los de cable o satelital, y la Internet. Cinco conglomerados mediáticos controlan el 90 % de todo lo que leemos, oímos y vemos. Qué de extraño tiene que decenas de millones de norteamericanos aprueben la guerra preventiva, los asesinatos selectivos de presuntos enemigos de Estados Unidos, la tortura de prisioneros, las violaciones de fronteras con drones, o los crímenes llamados daños colaterales. O que ignoren completamente los sufrimientos de la población de Cuba a causa de un bloqueo criminal de medio siglo, o las injustas y crueles sentencias dictadas contra cinco patriotas cubanos.
La consolidación produce medios que no están dirigidos a toda la comunidad. Los anunciantes proporcionan ¾ de los ingresos, y a ellos solamente les interesa el sector de la población con capacidad para adquirir sus productos o sus servicios. Típicamente, la población de menores ingresos no es de su interés. La consolidación convierte a los ciudadanos norteamericanos en simples consumidores y espectadores.
Actualmente, el libre mercado es el criterio con el cual se analizan los medios, es decir, la operación eficiente y la máxima ganancia constituyen los objetivos principales o únicos, sin tener en cuenta el importante papel que deben desempeñar los medios en la sociedad y en la vida pública. Los medios consolidados son generalmente grandes y complejas instituciones sociales, culturales y políticas, no sólo económicas, que ejercen una profunda y negativa influencia en la sociedad. Si permitimos que controlen lo que vemos, oímos y leemos, controlarán también lo que pensamos.
Julian Assange tiene muchos enemigos muy poderosos. En los últimos cinco años su sitio web Wikileaks ha revelado millones de documentos secretos originados en más de ciento veinte países, tanto de organismos públicos como privados y hasta organizaciones religiosas del llamado tercer sector. Algunos medios cercanos a estos sectores pintan a Assange como un delincuente sexual que festeja el choreo por Internet y se regodea contando las intimidades de los ricos de puro envidioso y resentido que es.
Por eso estuvo bueno conocerlo a Assange. Saber que hay cierto método detrás de la locura, cierta dimensión ética detrás de la diversión, cierta capacidad de aprendizaje detrás de la rebeldía.
El jueves pasado se cumplieron cien días desde que Assange se asiló en la Embajada de Ecuador en Londres. Una semana antes habíamos estado con él, compartiendo más de tres horas de entrevista, en una pieza más bien apretada.
Hacía semanas que no veía la luz del sol y se notaba en la palidez de su piel, la estrechez de su mirada y la economía de sus movimientos. Sólo una vez durante toda su estadía de más de cien días había salido al balcón. El dijo que era para evitarse los paparazzi y porque “no quiero molestar a la policía”. Pero después de escucharlo da la impresión de que el no asomarse es por miedo a algo mucho peor.
Llevamos quesos y fruta y flores del Harrods de ahí a la vuelta, una especie de retribución por el café con galletitas de limón que él me había convidado durante nuestro anterior encuentro, en el Palacio de Elligham Hall, en febrero del año pasado, durante su detención domiciliaria.
Aquella vez estaba más tenso. Venía de pelearse con el New York Times y The Guardian y parecía desconfiar de todos los periodistas. Esta vez seguía alerta: no permitió fotos hasta después de dos horas de preguntas y respuestas, no permitió filmaciones de él ni fotos en las que no figurara también yo, ni fotos que mostraran detalles del interior de la embajada, ni fotos de él con terceras personas. Pero habló libremente. Y explicó cómo fueron cambiando sus relaciones con los medios y sus periodistas.
“Hicimos nuestro gran cambio después de lidiar con los grandes medios (New York Times, The Guardian, Le Monde, El País y Der Spiegel). Pasamos de hacer arreglos institucionales con los principales responsables (de las publicaciones), a trabajar de manera individual con cada periodista. Los grandes medios son naturalmente corruptos porque son tan grandes, pero hay buena gente que trabaja en ellos, entonces buscás esa gente buena y trabajás con ellos. Y a través de esa relación hacés que esa gente buena se haga más influyente dentro de sus propio medio.”
Antes de empezar a contestar, a veces se tomaba diez, veinte segundos que parecían interminables, y después arrancaba: principio, desarrollo y conclusión con hablar pausado y monocorde, acompañando el relato con gestos de las manos, casi como si estuviera leyendo de texto escrito.
Parecía inconmovible, como si su corazón latiera a un ritmo más bajo que los demás. Aún cuando denunciaba atrocidades inconfesables o grandes injusticias, nunca perdía la calma. Por eso impactó ver cómo se le humedecieron los ojos cuando terminamos con la parte formal de la entrevista pero seguimos hablando sobre su encierro delante del grabador encendido.
Acababa de agradecerle el tiempo que nos había dedicado cuando le pregunté si necesitaba algo. Lo pensó un rato y contestó con picardía: “Mantené los ojos abiertos por si te llegás a encontrar con miles de archivos del Servicio Secreto de Argentina”.
Entonces pedí sacarle una foto en el famoso balcón (la embajada ocupa el primer piso de un edificio de cuatro) y me contestó que de ninguna manera, pero agregó: “(El discurso del balcón) fue lo más interesante que me pasó. Había mil doscientas personas, ciento cincuenta policías y un helicóptero dando vueltas y salí y dije ‘wow’, y pasaron tres meses, y hasta la posibilidad de ver ladrillos distintos es muy interesante (el balcón da a una fila de edificios de ladrillos de tres pisos)”. “Llevo tres meses acá y lo que más me molesta, como a todos los prisioneros, es no ver cosas que sean distintas, salvo, por supuesto, las visitas.”
Era su manera de decir que había disfrutado nuestra irrupción en su rutina.
Se ve silencioso y suave, pero su corazón debe estar bastante pesado, se le pregunta.
“No he visto a mis hijos en más de dos años y medio”, contesta con la voz quebrada por primera vez, lágrimas brillando en sus ojos.
“¿Cuántos hijos tiene?”, pregunto, sabiendo que nunca lo había contado en un reportaje.
“Ni siquiera lo puedo decir”, contesta sollozando. “No puedo porque han tenido que cambiar sus nombres y se han tenido que mudar porque alguien amenzó con matarlos.”
¿Siente impotencia por todo lo que sabe y todo lo que desearía cambiar?
“Sí. Hay muchas cosas que no puedo decir y eso es frustrante. Necesito callarlas para proteger a mi gente y para protegerme a mí. Por ejemplo, no puedo hablar de las maniobras políticas que están ocurriendo en Suecia (donde Assange es buscado por presuntos delitos sexuales).”
Después de ponerse de pie para posar en algunas fotos, Assange se arrimó hasta el borde de una ventana. “¿Ves ahí?”, señaló con el dedo índice, extendido detrás de la cortina, apuntándole a una camioneta utilitaria blanca estacionada cruzando la calle. “Es de ellos. La policía. También hay uno ahí”, agregó, cambiando la dirección con el dedo para señalar a un agente uniformado apostado en la puerta de su edificio.
La última vez que yo había estado con Assange, en febrero del año pasado, él se había despedido con un consejo: “Tené cuidado, este lugar está lleno de espías”.
Esta vez sus palabras finales fueron de advertencia: “La vigilancia es constante, se hace las veinticuatro horas. No dejes de registrarlo”.
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