No son pocos los estudiosos que han señalado la profunda relación entre la generalización del uso del arma de fuego y la emergencia de la modernidad. El escritor alemán Robert Kurz, muestra que los trabajos de Karl Georg Zinn o Geoffrey Parker son buenos ejemplos donde se puede ver la relación directa entre guerra y capitalismo.Allí se hace evidente que, sin el arma de fuego desarrollada, a Occidente le hubiera sido imposible invadir y someter los pueblos que desde los tiempos de los imperios comerciales les permitieron a algunas naciones europeas sus fases crecientes de acumulación y concentración de riqueza. Pero lo más importante de señalar es que la multiplicación de los ejércitos fue siempre, en sí misma, un importante negocio en el que la alta tecnología y el elevado gasto de materiales fueron las constantes que la convirtieron en sitio privilegiado de la inversión.
Ya en el siglo XVII, los primeros escritores mercantilistas, tal el caso de Thomas Mun en 1664) argumentaban a favor del gasto militar como uno de los mecanismos centrales para la creación del mercado interno. En su libro La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior, cuando responde las críticas a los peligros del atesoramiento, señala que para los Estados no es obligatorio el ahorro líquido, pues siempre hay opciones de gasto “provechoso” como aquel destinado a “[…] tener al corriente en sus pagos a los coroneles, capitanes, soldados comandantes, marineros y otros, tanto de mar como de tierra, con buena disciplina, en llenar sus almacenes [en lugares diversos y fuertes] y abastecerse con pólvora, azufre, salitre, municiones, artillería, mosquetes, espadas, picas, armaduras, caballos y de muchas otras provisiones semejantes propias para la guerra, todo lo cual hará que sean temidos en el extranjero y amados en su país, especialmente si se cuida de que todo [hasta donde sea posible] se haga de los materiales y manufacturas de sus propios súbditos”*. Por lo cual, entender las fases de la acumulación sin hacer referencia a las formas que asume el gasto militar y su distribución en el mundo, es por lo menos insuficiente.
El nacimiento del complejo militar-industrial
La fabricación de armas cada vez más sofisticadas o de mayor potencia no sólo desbordó la capacidad de los talleres artesanales y obligó a la creación de grandes unidades fabriles sino que además indujo fuertes cambios en las formas de organización del trabajo. El taylorismo, por ejemplo, primera forma racionalizada de explotación laboral (centrada en la medición de los tiempos, el estudio de los movimientos de cada operación y el diseño de herramientas que permitieran maximizar la puesta en ejercicio de la fuerza de trabajo) y que se transformó en nuevo eje organizativo del sometimiento del trabajador, no hubiera sido posible legitimarlo sin la justificación nacionalista de que las necesidades de la guerra (se trata aquí de la primera guerra mundial) obligaban a trabajar al límite de los esfuerzos.
En esta primera etapa, empresas como la Ford proveían a Estados Unidos del material de guerra, y es en ese sentido como se puede señalar que hasta antes de finalizada la Segunda Guerra Mundial no se podía hablar de industria militar propiamente dicha, aunque es conocido que en la depresión de los 30 el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt utilizó las llamadas “cooperaciones” público-privadas para sostener la industria de municiones y evitar que ésta se afectara con la crisis.
El nacimiento de un sector dedicado en forma exclusiva a productos de destrucción masiva, toma forma tan solo en la segunda posguerra y es archiconocido el discurso del general y presidente norteamericano Dwight David Eisenhower, del 17 de enero de 1961, con motivo de la finalización de su segundo mandato, y en el que ubica explícitamente la consolidación del complejo militar-industrial como el nuevo centro de la dinámica del capital: “Hasta el último de nuestros conflictos mundiales, los Estados Unidos no tenían industria armamentística. Los fabricantes norteamericanos de arados podían, con tiempo y según necesidad, fabricar también espadas. Pero ahora ya no nos podemos arriesgar a una improvisación de emergencia de la defensa nacional; nos hemos visto obligados a crear una industria de armamentos permanente, de grandes proporciones.

“Añadido a esto, tres millones y medio de hombres y mujeres están directamente implicados en el sistema de defensa. Gastamos anualmente en seguridad militar más que los ingresos netos de todas las empresas de Estados Unidos. […] En esta revolución, la investigación ha tenido un papel central; también se vuelve más formalizada, compleja, y cara. Una proporción creciente de la misma se lleva a cabo bajo la dirección, o para los fines, del Gobierno Federal. […] Hoy, el inventor solitario, trasteando en su taller, ha sido desplazado por ejércitos de científicos en laboratorios y campos de pruebas. […] En parte por las enormes cantidades que conlleva, un contrato con el Gobierno se vuelve virtualmente el sustituto de la curiosidad intelectual”.
En el contexto de la Guerra Fría en el que competían el socialismo real y las formas organizativas liberales, las armas atómicas, el dominio del espacio aéreo y el desarrollo de las comunicaciones se convirtieron en campos en los que la tecnología podía definir la superioridad militar. El control del espacio aéreo sustituyó la obsesión de los imperios del siglo XIX por el dominio de los mares y se dio comienzo a la “carrera espacial” que, con el último vuelo del programa de transbordadores en este julio de 2011, parece moribunda.
La prensa oficial se limita a informar sobre los dos millones y medio de piezas móviles de la aeronave o sus 135 vuelos, pero vela que el programa fue un absoluto fracaso. No sólo porque los 192 mil millones de dólares gastados en el programa doblaron lo presupuestado sino asimismo porque técnicamente representó muy poco. Su alejamiento de la Tierra alcanzó un máximo de 550 kilómetros (en promedio fueron 350, que son menos que la distancia a la que orbitan muchos satélites) y fue inútil para el desarrollo de técnicas de viajes a largas distancias o la experimentación de punta. Su fin, sin embargo, deja dependiendo el acceso de los estadounidenses a la estación espacial de la compra de boletos en las naves rusas, lo que manifiesta de manera aún más clara lo desastroso del resultado.
Pero parece definitivo el lento pero seguro desmantelamiento de la NASA. Se estima que quedarán mil trabajadores, de los 17 mil que llegó a tener el programa, y que, si se consideran los trabajos indirectos, la pérdida puede llegar a 27 mil. Ahora bien, no se trata de cualquier tipo de trabajo, pues el conocimiento que allí se maneja está en condiciones de alterar el balance geopolítico, como quiera que esa fuerza laboral está en condiciones de alterar el balance entre las potencias emergentes y el gran imperio si se ve obligada a trabajar por fuera de las fronteras del mismo.
El reemplazo del programa oficial por el de las compañías particulares es una total incógnita. Los compromisos con empresas como Space X y Orbital Sciences son sujeto de gran incertidumbre, en razón a que sus resultados sólo se podrán palpar después de 2015, si realmente se logra el suministro de viajes lo suficientemente económicos y eficientes por parte del sector privado.
Lo interesante del caso es que, después de todo, el neoliberalismo también terminó haciendo estragos en la población y en el Estado mismo que lo impulsó, pues el adelgazamiento de instituciones tan simbólicas para el capitalismo estadounidense como el Pentágono y la NASA han obedecido en no poca medida a las políticas privatizadoras. El gobierno de Clinton, al finalizar su segundo período en 2001, había reducido la nómina federal en 360 mil puestos de trabajo y aumentado los gastos mediante contratistas en un 44 por ciento desde 1993.
El medio siglo que va de 1961 a 2011 no se podrá analizar sin precisar el peso del complejo militar-industrial, su auge y su declinación, porque lo que ahora se inaugura es una etapa en la cual la empresa privada deja de ser un oferente pasivo que atiende el diseño y las exigencias del Estado y pasa a ser el determinador de las metas y las formas de alcanzarlas. Por lo pronto, la banalización de los viajes espaciales en los que el turismo para mil-millonarios parece ser el primer objetivo de los empresarios particulares, con todo y lo grotesco del derroche, puede considerarse un mal menor frente a los usos militares, aunque no debemos confiarnos, pues un “gran hermano” corporativo no es menos peligroso que uno estatal.
Nuevos enemigos, nuevas necesidades
Cambiar un enemigo como la Unión Soviética por uno difuso y desdibujado como el ‘terrorismo’ ha tenido significativas consecuencias para el imperio. Matar moscas a cañonazos, incluso para el Estado gringo, debe ser una insensatez, por lo que una situación de guerra permanente contra los “Estados-problema” y los “actores no estatales significativos” o las intervenciones en los “Estados fracasados” terminó cambiando las prioridades, y del diseño de armas supersofisticadas y de destrucción masiva se pasó a la preferencia por la actividades de inteligencia y la muerte selectiva.
De los aproximadamente 60 mil millones de dólares que los expertos estiman que gastan los Estados Unidos en inteligencia en el exterior, ya en 2006 el 70 por ciento (es decir, 42 mil millones) era asumido por contratistas. Igualmente, el número de personas empleadas como subcontratistas en esa rama de la guerra supera el de la CIA. La cantidad de compañías que contrata con la Agencia de Seguridad Nacional pasó de 144 en 2001 a más de 5.400 en 2006, mostrándose claramente que la privatización de la confrontación es inevitable y que, salvo los desarrollos en el manejo de la información en la red, el gasto militar está cada vez menos impactado por la tecnología de punta. Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, sigla en inglés), se prevé para 2012, por primera vez, una contracción en el presupuesto militar estadounidense, lo que pudiera indicar un punto de inflexión que para muchos, dada la situación de la deuda de los Estados Unidos, es imparable.
De otro lado, China, convertida en el principal contendor económico de Estados Unidos, ha basado sus relaciones con sus socios comerciales en el principio del respeto a la soberanía de los pueblos y la no intervención en sus asuntos internos, lo cual le permite establecer relaciones con países de todo tipo y sin la carga moral que presupone el principio de establecer relaciones únicamente con quien se comparten valores. Las “buenas maneras” chinas han terminado por generarle un espacio amplio, y su accionar se muestra fuertemente contrastante con la actitud estadounidense del sometimiento político a toda costa y que cada vez se muestra más inviable.
Que la recién nombrada directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, haya escogido como adjuntos al estadounidense David Lipton y al chino Zhu Min es un gesto que señala la importancia creciente del gigante asiático, que parece haber entendido que no necesita una capacidad armamentística capaz de destruir varias veces la Tierra, pues es suficiente que se cuente con la cantidad necesaria para destruir al enemigo en caso de confrontación. Y, además, saber que en las relaciones comerciales entre países las chequeras pueden ser tan poderosas o más poderosas que las cañoneras. De imponerse y continuar la lógica china, el mundo pudiera ver por primera vez libre comercio de verdad, lo cual en realidad puede resultar no tan halagüeño pero sí, con toda seguridad, mejor que los resultados del comportamiento pirata anglosajón de los últimos 200 años.
Este 2011 enmarca para Estados Unidos varias coincidencias que parecen sobrepasar lo meramente simbólico. Se cumplieron los 50 años del discurso presidencial que le mostraba al mundo la emergencia del complejo militar-industrial y es el año del fin del programa espacial estatal. Pero además se cumplen 10 años del derribamiento de las Torres Gemelas, que aún no han podido ser sustituidas. Los dos primeros hechos tienen un eje común, la Guerra Fría, mientras el último es producto de las llamadas guerras asimétricas y, hasta donde se puede ver, esta última ha puesto en jaque a las instituciones y las lógicas del pasado, metiendo al imperio en una densa incertidumbre acerca de las respuestas adecuadas a sus intereses.
El fin de los transbordadores y el aplazamiento de nuevas modalidades de viaje en por lo menos cinco años (que los mismos expertos consideran un plazo muy corto) invita también a despojarnos de mitos como aquel de que podemos abusar de la extracción de materias primas del planeta porque la tecnología nos permitirá recurrir al saqueo extraterrestre.
Direccionarnos hacia un mundo multipolar es una tarea digna de apoyo, aunque las resistencias serán todavía demasiado fuertes, pues los Estados Unidos no querrán renunciar tan fácilmente al uso de la ventaja militar que les da un gasto que supera de lejos al de los demás países. Pese a ello, entender la nueva situación es una de las tareas obligadas de quienes estén de acuerdo en que no debe ser el terror de la guerra globalizada el marco que guíe nuestras vidas.
* Página 130 de la primera reimpresión en español del libro de Mun del FCE, 1978.