El sur del departamento de Bolívar, en especial el segmento medio del río Magdalena, es una de las zonas del país más afectadas por las dinámicas del conflicto armado. Allí, en la Serranía de San Lucas, está Micoahumado, pequeño corregimiento perteneciente al municipio de Morales, con sus 11 veredas y su pintoresco casco urbano. Micoahumado es el escenario de un proceso comunitario resultado del valor y la determinación de una comunidad que hace diez años decidió tomar en sus manos las riendas de su vida colectiva.
Desde Aguachica en el departamento del Cesar, arrancan vehículos colectivos para dirigirse hacia el municipio de Morales. En la ruta, el paisaje llano y caluroso se ambienta con el rítmico vallenato que emana de la consola de sonido del carro, que hace dúo con los coros de los pasajeros. La monotonía de la sabana se ve interrumpida de vez en cuando por el paso de coloridos iridiscentes lagartos y diversas bandadas de aves. Extensiones habitadas por manadas de reses expiden un hedor ácido. Al final del tramo, se transita la ribera del Magdalena y una brisa fresca alivia la inclemencia del sol. Ya en Morales el cruce del río es en chalupa, en su otra orilla está empotrado el pequeño caserío de Moralito, donde hay otro carro o una motocicleta que por senderos sin pavimentar, los mismos que cuarenta años atrás, a la llegada de los primeros colonos, se recorrían a pie durante largas jornadas, transportan a los habitantes del sector.
El carro avanza por la montaña, adentro, el sombrío de la espesa vegetación mengua el calor y reduce la potente luz del sol que metros atrás entorpecía la vista. Ya los ojos bien abiertos captan extasiados el estallido del vuelo de mil mariposas que parecen celebrar el paso del vehículo. Esta es la Serranía de San Lucas que, exuberante sin ser agreste, exhibe al paso la bucólica variedad característica de la vida campesina, allí, en donde en pocos metros cuadrados conviven el cacao, el plátano, la guanábana, el café, el mango, el coco y el borojó, acompañados de borricos, reses, cabros, cerdos y el infaltable perro de finca. La especie humana acá no es ajena a este popurrí de diferencias: razas, acentos, jergas y creencias conviven compartiendo la apertura y la risa que se instala en el ambiente desde el mismo momento en que se aborda la chalupa en Morales.
Este escenario no es más que el presagio del talante de los micoahumadeños, alegres, serenos, y muy francos. Dado que el corregimiento está en una zona en la que el conflicto armado continúa vigente, la confianza en los extraños está sensiblemente afectada; aun así, los viajeros gozamos de especial recibimiento. Vamos de la mano de personas que los han acompañado por años de manera comprometida y oportuna: los profesionales de la Corporación de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio.
El proceso comunitario
Micohaumado tiene origen en un tardío poblamiento de colonos madereros, que poco a poco diversificaron su actividad con la agricultura y la minería. En la época en que las guerrillas en Colombia expandieron sus frentes al abandono estatal, a esta zona llegó el Ejército de Liberación Nacional –eln–, y fue precisamente en este corregimiento en dónde decidió establecer su base regional. La inexistencia de autoridades civiles y militares brindó a esta guerrilla la oportunidad para ejercer su poderío en la zona, dirimiendo los conflictos locales y cubriendo el vacío de autoridad, protección y provisión. Si bien los lugareños dicen que la guerrilla no ejercía una autoridad excesiva, injusta o violenta, reconocen que su presencia sometió a la comunidad a dinámicas propias de la guerra, todas ellas de gran perjuicio para sus habitantes, tales como cultivos ilícitos, fuego cruzado con el ejército, reclutamiento de menores, empobrecimiento de la autonomía civil y el falso estigma como colaboradores de la guerrilla.
Fue la peor parte que vivieron cuando, finalizando la década de los 90, llegó la arremetida paramilitar, como estrategia de las fuerzas de derecha, para disputar los territorios de las guerrillas. Disputa, dado que esos terrenos que antes eran indiferentes para los sectores poderosos, cobraron de pronto interés ante las nuevas dinámicas globales de los grandes capitales.
Los habitantes de Micoahumado, que sólo sabían de oídas sobre la barbarie de las auc en la región, frente a las amenazas se organizaron creativamente para una protección sin renunciar a la permanencia en el territorio, y asesorados por sectores de la iglesia y la sociedad civil, gestaron un proceso de diálogo con los actores armados, a través del cual exigieron ser sacados del conflicto y del cruce de fuegos.
El apoyo casi unánime de la población, la valentía demostrada al ir en pleno cruce de fuegos al encuentro de las tropas, y la razonabilidad de sus demandas reforzada por la elocuencia de su más célebre acompañante, el padre Francisco de Roux, mereció a la comisión de diálogo; el respeto por parte de la guerrilla y los paramilitares que cesaron el fuego en una memorable tregua navideña y que luego –al restablecer su sangriento enfrentamiento– mantuvieron el respeto hacia los civiles. Incluso, la comunidad logró que la guerrilla desminara el territorio. El ejército nacional que ocupó el lugar tras la salida de los ilegales, fue más difícil de convencer. Pero la perseverancia de los líderes dio frutos y la tropa fue finalmente retirada.
¿Qué hizo que estos herméticos y escépticos guerreros de la muerte hallaran razonables las demandas de los humildes pobladores de Micoahumado? En la lógica de procesos como éste, el adversario no es visto como un monstruo incapaz de razonar, sino como un humano que erra, en medio de la convicción de que hace lo mejor que puede hacer. La comisión de diálogo de Micoahumado se conectó justo con este rescoldo de humanidad, que sobrevive con obstinación al duro entrenamiento militar.
Se dice que el comandante paramilitar que encabezó la entrada de la tropa a Micoahumado en el 2002, afirmó que este lugar tenía una magia, porque él venía con la orden de no dejar piedra sobre piedra, pero al entrar al pueblo "se le borró el casete". Y no era para menos, pues la estampa de doña María, una abuelita menuda y digna, los esperaba sentada en el umbral de su casa con una gran bandera blanca izada en el portal, el rosario católico en la mano y la mirada serena y altiva.
Con todo, y esto nos consta, quien llega hoy a Micoahumado siente esa magia en el aire, se revitaliza, olvida el cansancio por el rigor del viaje y quiere quedarse.
El Proceso Comunitario Soberano de Micoahumado, no se limitó a declarar su territorio como espacio neutral en el marco del conflicto armado. La comunidad organizada a su alrededor asumió, cívicamente, las funciones sociales y políticas frente a las cuales el Estado no responde: la resolución de sus conflictos internos, la educación de sus nuevas generaciones, la salud, la productividad, el cuidado de sus adultos mayores, en fin... Al tiempo que exige al Estado el cumplimiento de sus obligaciones, ante la falta de respuesta, gestiona y se encarga de la vida comunitaria.
Igualmente, el Proceso reflexiona y planifica sobre el futuro de la comunidad; en sus asambleas su pregunta, entre otros asuntos, cómo enfrentará las inminentes concesiones mineras que buscarán explotar el oro y el cobre de la región a una escala depredadora.
Micoahumado no protagoniza la única iniciativa de auto-agencia social y política en nuestro país. Otras experiencias fueron incluso sus inspiradoras y enseñan a todos un camino de construcción de paz digno y efectivo si lo vemos con los lentes que valoran el buen vivir, más que la vida nuda.
Recuadro
La población que habita el corregimiento de Micoahumado suma alrededor de 7.000 habitantes, distribuidos entre su casco urbano y sus once veredas (Conformidad 1, Conformidad 2, Conformidad 3, Caoba, Guácima, Media Banda, Chiquillo, Progreso alto, Progreso bajo, Providencia alta y Reflejo).
Su economía depende de la actividad agrícola, ganadera y minera. Cultiva café, fríjol, cacao y caña panelera. Durante muchos años la coca fue una de las formas de sustento más importantes de su población, pero a partir del proceso comunitario, avanza en la sustitución de cultivos con un compromiso considerable de la comunidad.
La actividad minera artesanal de la región ha decaído en los últimos años a causa del conflicto armado, las insuficiencias tecnológicas en la explotación de oro y los efectos ambientales derivados de esta misma labor. No es casual, por tanto, que una de las mayores preocupaciones de los líderes de la comunidad esté relacionada con la política extractivista del país, dado que su territorio puede ser afectado por las concesiones mineras que están en proceso.
Micoahumado cuenta con servicios e instalaciones que muy pocos corregimientos de la zona rural de Morales tienen, como líneas telefónicas, canchas de futbol, cooperativa de transporte, centro de salud y escuela. Muchas de estas ventajas se deben a la gestión y el trabajo de la misma comunidad a través de las instancias de liderazgo de su proceso soberano, pues el abandono estatal en buena parte de la región es un hecho que persiste.Es así que pese a los avances logrados, la calidad de los servicios públicos y sociales es precaria, en especial la educación es hoy una de las mayores preocupaciones de los micoahumadeños por la falta de maestros y las limitaciones en infraestructura. Así mismo, el poblado carece de buenas vías para acceder a hospitales, centros de acopio, notarías, juzgados, y para sacar sus productos agrícolas a la venta.
Hace sesenta años vivía yo en el número 456 de la calle San Miguel, en el apartamento 2 del primer piso. Nuestro balconcito daba a los altos de La Valenciana, el bar de Aurelio el asturiano, donde Memo era El Rey de los Batidos y se servía en la barra la mejor sopa de sustancia de todo San Leopoldo. Entre aquella joya culinaria y una olorosa panadería estaba la entrada de mi edificio, que aún alza sus tres pisos a unos metros de la famosa esquina donde quedaba La Casa Prado.
En el noviembre anterior había cumplido siete años. Cuando no estaba en mi escuela –por entonces la Academia Bravo, en Lucena y Neptuno–, vivía condenado a aquel apartamento de puntal alto, una de esas viviendas que abundan en la populosa Centrohabana, donde los cuartos están dispuestos en hilera, dando todos a un patio que va desde la saleta de recepción hasta el remoto comedor.
El primer cuarto era el de mis padres. La luna de la cómoda me dejaba ver cuando Dagoberto estaba echado, casi siempre leyendo, lo que me permitía no molestarle y tomar por el patio, si tenía que ir a mi cuarto, que era el segundo de la casa.
La tercera habitación era la de mi tío Angelito, el ser que me llevaba al cine, a ver películas de aventuras, y después a cenar a los chinos de Cuatro Caminos. La misma persona que me hizo probar los ostiones y aficionarme para siempre.
Mi abuela Isabel vivía al fondo, aún más allá de la cocina, en el cuartico de criados, con su catre revuelto, su reloj de pared y su Biblia –prendas, las dos últimas, que todavía conservo.
Era La Habana de 1953, una ciudad coronada por anuncios lumínicos, repleta de vidrieras ilusorias que mi madre y muchas otras amas de casa solían repasar. “Vamos a ver las tiendas”, decía Argelia al anochecer, y siempre era el mismo recorrido por la deslumbrante Belascoaín hasta el parque Maceo, para luego cruzar al Malecón y sentarse un ratico allí, “cogiendo fresco”, mientras mi hermanita María y yo correteábamos.
Hace sesenta años, quizá un par de semanas después de un día como hoy, en el cesto del baño de aquel apartamento de la calle San Miguel, hallé, sumergida bajo un montón de ropa sucia, una revista Bohemia que decía: “Sin censura”. Primero me extrañó encontrar allí una revista, pero en cuanto la abrí me di cuenta de que la habían escondido de mis ojos, porque sus páginas estaban llenas de fotos de cuerpos yacentes, irreconocibles bajo tanta sangre, bajo un título que anunciaba: “Los sucesos de Santiago de Cuba”.
No me atreví a continuar mirando o a leer mucho más, confundido por el hallazgo y por la conciencia de estar violando la voluntad de mis mayores, pero más que nada por la impresión profunda que me causaron aquellas imágenes que todavía me estremecen.
Muchos años después comprendí que aquellos cuerpos eran los mártires del Moncada.
26 julio 2013
Enfrentamientos entre soldados israelíes y manifestantes palestinos dejaron este miércoles al menos 23 heridos y 27 detenidos en varias localidades de Cisjordania, durante la conmemoración de la Nakba (catástrofe, en árabe), que representa la creación del Estado de Israel en 1948 y el consecuente éxodo de 760 mil personas.
Los enfrentamientos más intensos ocurrieron en Ofer, cerca de Ramalá, donde los soldados dispararon balas de goma contra los manifestantes que les lanzaron piedras, con saldo de 15 palestinos lesionados, informó el ejército israelí.
En Hebrón los palestinos hicieron sonar una sirena durante 65 segundos, uno por cada año del aniversario, en tanto que en Jerusalén Oriental hubo choques en la puerta de Damasco, principal acceso a la ciudad vieja. La policía israelí detuvo a 27 palestinos mientras tres policías y un civil israelíes resultaron heridos.
Otro palestino fue herido de bala en la localidad de Beit Ommar, cerca de Hebrón, donde el ejército israelí indicó que cuatro soldados resultaron lesionados cuando su vehículo fue alcanzado por una bomba incendiaria.
En otros lugares de Cisjordania, como en Naplusa, salieron a las calles un millar de personas y en Hebrón más de 300, sin que se presentaran
disturbios.
También hubo manifestaciones en la franja de Gaza, donde los participantes portaban llaves que simbolizan las viviendas perdidas de los refugiados, y en los carteles se leían los nombres de las localidades destruidas durante la Nakba, se exigía el fin de la ocupación israelí y el derecho de los refugiados y sus descendientes de regresar a los territorios palestinos.
El presidente Mahmoud Abbas reiteró que no aceptará ningún plan “que nos prive de nuestro derecho a un Estado libre y soberano en las zonas ocupadas en 1967” por Israel, es decir, en Cisjordania y Jerusalén oriental.
Por la tarde, un proyectil disparado desde la franja de Gaza cayó en el sur de Israel sin provocar víctimas ni daños, anunció la policía israelí.
Al día de hoy se estima que hay unos 7.7 millones de refugiados palestinos, aunque muchos no están registrados en los organismos de la Organización de Naciones Unidas.
En este contexto, los movimientos palestinos Fatah y Hamas, en el poder en Cisjordania y en Gaza, se dieron tres meses para formar un gobierno de unidad y convocar elecciones simultáneas, como estipula el acuerdo de reconciliación de 2012.
Afp y Dpa
Cerca de 400 trabajadores afiliados a Sintrainagro se declararon hoy en cese de actividades en el ingenio La Cabaña, ubicado al norte del departamento del Cauca.
Y lo hacen tras más de 70 días de sufrir por parte de la empresa toda clase de violaciones al libre derecho de asociación sindical, incluido el despido de cerca de 100 trabajadores, entre ellos toda la junta directiva de Sintrainagro Seccional La Cabaña; y el asesinato de Juan Carlos Pérez, uno de sus líderes más caracterizados, ocurrido el 28 de enero a manos de sicarios en el municipio de Corinto.
También se produce este paro después de que Sintrainagro agotara todas las instancias legales de diálogo y posibles acuerdos, y ante el fracaso de la intermediación del Ministerio de Trabajo. La última reunión para buscar un acuerdo tuvo lugar el lunes pasado, pero la empresa volvió a mostrar su falta de voluntad para atender las demandas de los trabajadores, que se resumen en 4 puntos: respeto y garantías para la libre organización sindical; eliminación de la contratación mediante terceros y que ésta sea estable y justamente remunerada; la negociación de pliego de peticiones que Sintrainagro presentó desde el 7 de diciembre; y el reintegro de los trabajadores despedidos.
La Cabaña se considera un ingenio de mediano tamaño en el Valle del Cauca. Diario muele 7 mil toneladas de caña y da empleo a 2.500 personas, 1.500 con contrato directo y el resto con empresas contratistas. Precisamente éste es el argumento que esgrime para negarse a negociar con Sintrainagro: no tener ninguna relación laboral con los corteros, pues éstos los vincula mediante las tres empresas contratistas que le prestan servicios laborales; intermediación que la Ley 1439 y el Decreto 2025 prohíben para las labores misionales de las empresas, y no cabe duda de que el corte de caña es labor misional dentro del proceso de producción de azúcar.
Lo que ocurre es que La Cabaña es una especie de rueda suelta en el engranaje de la industria azucarera. Sus condiciones laborales son distintas a las de los otros ingenios porque no aceptó integrarse al proceso de formalización y contratación directa que se dio en esta industria tras los acuerdos del Plan de Acción Obama-Santos para la aprobación del TLC con Estados Unidos.
Mientras la mayoría de los ingenios acogió la política de contratar directamente a los corteros, garantizarles estabilidad, jornadas no más allá de las 4 de la tarde, derecho de asociación y negociación colectiva y algunos beneficios extralegales, en La Cabaña esas mejoras no se dieron. Sigue vinculando mediante contratos de solo tres meses de duración, sin garantía de estabilidad, con jornadas hasta de 12 o más horas, sin pago de vacaciones, horas extras ni dominicales, sin la dotación laboral completa y a merced de la empresa en cuanto al peso de la caña, lo que hace que sus salarios sean más bajos que en los otros ingenios.
También denuncia Sintrainagro que el ingenio se ha convertido casi en un campo de concentración, donde nadie puede chistar, las reuniones de más de tres son prohibidas, quienes promuevan el sindicato son despedidos.
“Hoy hacemos uso de la protesta como la única medida capaz de hacer respetar los derechos que nos otorga la ley. La incapacidad del Gobierno para hacer cumplir la ley y la actitud represora y violenta de la empresa contra los trabajadores, nos obligan a iniciar el paro. Nuestras familias no merecen estar aguantando hambre. Somos hombres de bien y el único delito que hemos cometido es asociarnos sindicalmente para exigirle a la empresa que respete nuestros derechos”, se lee en el comunicado expedido hoy por Sintrainagro seccional La Cabaña.
El sindicato igualmente exige que se identifiquen y castiguen a los actores intelectuales y materiales del crimen de Juan Carlos Pérez. Frente a este tema Mauricio Ramos, presidente de la seccional de Sintrainagro en La Cabaña, señaló que el caso ya está en manos de un Fiscal y que la investigación al parecer va por buen camino.
Informó además que el paro se desarrolla en forma pacífica, pues los corteros han evitado toda confrontación con la fuerza pública y los piquetes de soldados del ejército que prestan servicio de vigilancia al interior del ingenio. En la mañana sí hubo una escaramuza con gases lacrimógenos, que no pasaron a mayores.
Por su parte, la Central Unitaria de Trabajadores, CUT, expresó su preocupación por la situación en La Cabaña y rechazó la política antisindical de esta empresa, que pretende desconocer la afiliación a Sintrainagro de más de 600 de sus corteros y se niega a negociar el pliego petitorio que éstos le presentaron, “mientras que a los empresarios les han inundado los ingenios con Policía y Ejército para intimidar la libre movilización de los trabajadores y su protesta sindical”, señala esta central en un comunicado.
Crisis no es lo mismo que desolación. Crisis no es lo mismo que demolición. Crisis no es lo mismo que pobreza, enfermedad, humillación y muerte. Lo que esta Gran Crisis causa, sin embargo, con su comportamiento es un horrendo castigo que si ha tomado primero en sus fauces a los países del sur de Europa no ha terminado su devoración. Más que eso, según Huw Pill (¿píldora venenosa?) de la plantilla de Goldman Sach, el asunto no ha hecho —para España— más que empezar. ¿Acabar con la crisis, el paro, el empobrecimiento, la desesperación? Si la sevicia no ha hecho más que empezar a salivar ¿cómo será su vómito cuando se atragante?
Nadie lo sabe. Y aquí ha radicado durante estos años, faltos de luces, la tenebrosidad de la situación. Y su pesadilla. Porque en tanto se ha podido culpar a la codicia humana, a la desalmada conciencia de los banqueros, a las malditas ratas de las agencias de rating o a la incompetencia de los políticos la plaga de los crímenes de lesa humanidad, nos manteníamos en actitud vengativa, tan excitante que movía al saqueo o la subversión.
Pero ni siquiera los movimientos callejeros de revuelta han llegado ser demasiado enérgicos: ni incendiarios, ni incontrolados, ni saboteadores (Rayo Vallecano aparte). Las protestas contra los recortes en Grecia, Portugal, en España o Gran Bretaña, han brotado como fuegos fatuos. Bengalas del malestar, fumarolas de las fuertes heridas sufridas, pero nada equivalentes a quemar a los malditos ("que no nos representan") en la hoguera y a sus instituciones también.
Al cabo se ha llegado a un punto dominical en que los políticos siguen celebrando sus votos, sus langostinos, sus verbenas y nada puede esperarse de gentes que siendo prácticamente las mismas, unas han ganado mayoría y otras incluso las han perdido ya.
¿Entonces? ¿En quién confiar? ¿A qué esperar?
Por unos u otros medios, esta Gran Crisis posee el carácter natural de una hecatombe. O aún peor, los atributos de alguna catástrofe sobrenatural enviada sin razón, sin proporción, sin plazo de duración o alivio. De este modo, las víctimas han sido más que ciudadanos superexplotados de carnes al grill, cuerpos sometidos a una incompresible ley del Sistema que como un Dios sin seso (ni sexo) envió primero una oleada de fuego especulativo, luego otra marea de deuda ardiente y luego otra de fulgurante deuda soberana.
O, finalmente, por contraposición, un enfriamiento absoluto del ánimo y, por momentos, una rendición de los seres humanos a la perdición termal. ¿Será Angela Merkel el anticristo flamante? ¿Será Alemania la serpiente que recobra su aire de dragón histórico y capitanea un nuevo Holocausto interracial? No sería del todo extraño puesto que la historia profética del Apocalipsis lleva a ciudades malditas como Babilonia y de Anticristos que se encarnan en los mismos papas, como figuras perversas de la máxima santidad.
Pero ni siquiera esta narración de tremendo videojuego parece verosímil. Demasiado simple para entusiasmar, carente de intriga suficiente, falta de código cifrado y ausente de guerreros sagaces en busca del Santo Grial.
Pero, entonces, ¿qué es esto que pasa? ¿Asistimos a una representación del fin de los tiempos y seguimos contando como incautos las fechas de las cumbres, los días del rescate o los números de los institutos de medición? El Credit Suisse, un supuesto ángel incontaminado, ha calculado que las familias españolas han perdido casi un 20% de su riqueza efectiva en los últimos seis años. En ese número del diablo (6 años o 666) la boyante España de los ochenta naufraga y todavía no es consciente de cómo ha podido ser.
Ni siquiera los premios Nobel, Stiglitz o Krugman, alcanzan a diagnosticar con determinación las causas y los remedios. Y si de la enfermedad no se conoce sus componentes ¿cómo componer el remedio que neutralice la toxicidad?
De este modo, día tras día, mientras los políticos demoran sus acciones o las cumbres se derriten sin afrontar el Mal, la población se sume en un desánimo que, de un lado, representa a aquellos que se queman a lo bonzo ante los edificios oficiales. Pero también a los millones de familias (unos 13 millones de personas en España ahora) que de ser clase media o casi media han devenido en el cero de la sociedad.
Hace ochenta años, Keynes calculaba que para esta época la economía habría resuelto el problema de los ciclos y se dirigía a procurar un bienestar donde bastaría con trabajar tres horas. No iba si se quiere descaminado del todo. No habrá bienestar pero vamos camino de trabajar cero horas. Un desiderátum de esta coordenada que hoy se acompaña con la asíntota de la inanidad.
No trabajamos más, trabajamos menos. No trabajamos menos para vivir mejor sino que no hay trabajo para procurar que vivamos felizmente menos.
¿Triunfo pues del capitalismo rampante y rapaz? Triunfo funeral del capitalismo que extrayendo la médula de los obreros ha venido a convertirlos, uno a uno, en disecaciones de su misma figuración. Capitalismo taxidermista que en su maniobra de expolio termina, curiosamente, a su vez expoliándose a sí mismo y condenándose a la exfoliación total.
China espera a estallar con su burbuja inmobiliaria y tras ella los demás países emergentes desde la India a Brasil. Todo será una cuestión de tiempo, biológico y vegetal. De apenas un nuevo año chino y de una media docena para todos los demás.
Con ello el horizonte quedará allanado y deshabitado al modo de la historia que se cuenta en el cine de Yo soy leyenda. Siendo, además, en el caso de la leyenda de Richard Matheson, la leyenda intuida del mundo que nos parió.
Y nos mató. Segundo pilar, pues, del Apocalipsis de San Juan. No es una u otra circunstancia envenenada la que presagia el advenimiento de nuestro Gran Dolor. "Y del humo del pozo / Salieron langostas de la tierra / Y se les dio potestad. / Como los escorpiones de la tierra / prohibido les fue que dañasen la gramilla de la tierra / Y todo lo verde / y ningún árbol, Sino sólo a los hombres / Que no tienen el sello de Dios / sobre las frentes". Esto exclama el Apocalipsis de San Juan.
El corazón de Dios parece harto de la turbadora vida de los hombres y de este modo no quiere salvarlos del terrible Juicio Final. Sólo los árboles y la gramilla (¿la gallina, incluso?) le interesan, tal como los benditos ecologistas de tan buen corazón.
Porque ¿será cierto que el hombre ha pecado imperdonablemente contra el divino Cordero? Claro que no. Durante años el ciudadano consumidor no hizo otra cosa que cumplir con el comunitario mandamiento del consumo. Gracias a su consumo o su gasto en el hiperconsumo nacieron empresas y puestos de trabajo no sólo en Occidente sino en Oriente. Emergieron países, islas ahumadas, desde los fondos de la miseria y el mundo se creyó en la senda de una proeza planetaria que transportaba emigrantes del sur al norte y de la prostitución tailandesa a las factorías de seda estampada en los alrededores de Milán. Y viceversa.
Una gran kermés internacional, cargada de robos, droga y asesinatos múltiples, de tráfico de niños, de mujeres y órganos palpitantes, convirtió el mundo en una algarabía desarrollista que, con su pedrería de pecados, no dejó a casi nadie indiferente. Eso era el Progreso. Desequilibrado, delirante, especulativo y demencial fue el Progreso de la Postmodernidad. ¿Fue esta la neurótica causa de la crisis? Para que lo fuera realmente era necesario la locura contra un Dios. ¿Estaría dispuesto el mundo para esta blasfemia con carácter del Medievo? Claro que no.
El estallido de la burbuja financiera o de cualquier burbuja lasciva nacía de la extrema fermentación y la Humanidad no habría sido sino la levadura necesaria de un nuevo mundo que muchos empezaban a gustar y pronosticar. La riqueza se extendería por el planeta, los indios tendrían su Bollywood, los chinos su Sanghay Café y los brasileños su Maracaná universal. El fin de un tiempo viejo, el tiempo obsoleto del siglo XX se reemplazaba por el blanco resplandor del siglo XXI, sin gulags, sin guerras frías, sin amenazas atómicas, sin petróleo y sin C02.
Pero ¿habrá una guerra forjándose ya? En Irán, en Siria, en las Coreas, en China y en Japón. La Gran Depresión de 1929 halló su milagroso remedio en la Segunda Guerra Mundial. Allí murieron 60 millones de personas que podrían haber sido población desempleada y, por añadidura, las empresas envejecidas y sus gastados puestos de trabajo obtuvieron la oportunidad de sanearse con la última generación del marketing y la maquinaria nueva. ¿Será hoy precisa una nueva Gran Guerra para que la hormona capitalista pueda sobrevivir?
O bien ¿es concebible, de otro lado, una salvación absoluta del estrago actual que ya ha hundido a cientos de miles de empresas y hasta el alma empresarial de nuestra economía vigente?
Porque ¿el Estado? ¿Quién puede seguir esperando algo de este demacrado Leviatán? Si hay una criatura emponzoñada por el desastre esta es, en primer lugar, la política estatal y sus carcomidos comportamientos. Y, sin política saludable o son-rosada ¿Cómo esperar la curación?
De toda la maldad de esta Gran Crisis pueden ser excluidos los obreros, los curas, los maestros y los auxiliares de enfermería. En el corazón de las tinieblas de esta formidable Crisis anida como el peor gusano la corrupción política y de cuya apestosa secreción ha sido apestada toda una sociedad de líderes partidistas, peores que los robbers baron, peores que las Cuatro Fieras que el Ángel del Apocalipsis explica como "Poderes Políticos". El León con alas de águila que evoca el Paganismo. El oso devorador de muchas carnes que anda con tres huesos en la boca. El Leopardo con cuatro cabezas y cuatro alas. La Fiera con pies de hierro de la que surge el Anticristo.
Puede esperarse que todo esto que ocurre para la ruina de los seres humanos provenga de un más allá. Razón esotérica que viene a cebarse en nosotros como acaso en otros planetas de los que no tenemos noticia ni rastro de PIB. Puede ser que esta etapa se inscriba en el proceso, no siempre dulce, de la Humanidad y que su parte más hostil se represente ahora. Puede ser. Pero ¿quién podría olvidar que unos se enriquecen a la vez que otros se despeñan en la indigencia? ¿Quién podría olvidar que las diferencias de renta han pasado de ser entre lo más alto a lo más bajo de 16 veces a 300 y a veces a 3.000?
No se trata sólo de una insufrible y gigantesca injusticia. Se trata sencillamente de una monstruosidad. Tan importante que decide el destino de los humildes, humilla su personalidad, descompone sus amores y sus familias, les condena como perros a comer de los contenedores y a vivir en chamizos en las faldas de la ciudad maldita. Esa Babilonia del Apocalipsis que han levantado los asalariados urbanistas de Tongzhou, Dublín, Seseña o Guardamar.
Los preppers o adeptos al prepping (preparación) forman un movimiento que se prepara para el colapso de la civilización occidental y ya encuadran a tres millones de personas, por lo menos. Todos ellos aprenden a cultivar judías o nabos, a elaborar pan, criar gallinas o confeccionar mermeladas, tejerse un suéter o hacer funcionar un motor con aceite de cocina. Todos ellos alertados por el inexorable fin de esta civilización.
De hecho, como enseña el Apocalipsis, no esperan una catástrofe a plazo fijo. Simplemente ven que esto va indefectiblemente de mal en peor. Viven pues para y por la catástrofe que, de ser tenida por un hecho extraordinario, se ha instalado como una "normalidad".
Huyen de las ciudades habitadas por zombis desocupados y del Gobierno de la nación colonizados (incubados) por las elites del dinero. La fantasía del aislamiento comunitario descrita por Night Shyamalan con la película The Village (2004) tiene su continuidad en el film 2012 de Roland Emmerich o The Road, con la ventaja de que ya no dan qué pensar.
Los prepper no esperan nada de la civilización una vez que ha tomado estos derroteros denigrantes. En suma, no esperan nada del capitalismo ni del postcapitalismo, ni del capitalismo rosa o a la violeta. Todo ha quedado impregnado de un verdoso color que, como un moho, cae sobre la felicidad de los habitantes humanos, tan afectados por sus empleos precarios como por la subestimación del paro y la ferocidad de la desigualdad creciente, ardiendo como una zarza de cruel e injusta abnegación fatal.
Por Vicente Verdú 6 NOV 2012 - 18:31 CET
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