Atenas, 5 de abril. El suicidio de un jubilado griego ocurrido el miércoles se convirtió en símbolo de los costos sociales de la austeridad y fue reprochado por los detractores de los recortes presupuestarios impuestos por los prestamistas internacionales del país.
El farmacéutico jubilado Dimitris Christoulas, de 77 años, se disparó un tiro en la cabeza el miércoles en las afueras del Parlamento en Atenas, después de gritar consignas contra los recortes a salarios y pensiones y criticar el alza de impuestos. El hombre aseguró que los problemas financieros lo habían puesto en una situación extrema. En una nota de despedida, afirmó que “prefería morir a tener que rebuscar comida en la basura”.
El carácter público y simbólico del suicidio rápidamente desencadenó un torrente de apoyo. Cientos de personas se congregaron desde la noche del miércoles en la céntrica plaza de Syntagma, donde se quitó la vida el hombre, y lugar que ha sido desde hace dos años el principal punto de encuentro de multitudinarias protestas en rechazo a las medidas de austeridad impuestas por el gobierno griego, a cambio de dos rescates internacionales, con el fin de evitar la suspensión de pagos del país más endeudado de la eurozona y que ha desencadenado una crisis de deuda en toda la región.
El suicidio del hombre desató violentes disturbios en la noche del miércoles y la madrugada de este jueves, principalmente en la plaza Syntagma.
La policía antidisturbios disparó gases lacrimógenos contra unos mil 500 manifestantes para vaciar la plaza, cuando un grupo de unas 50 personas lanzaba piedras y bombas molotov contra los uniformados frente al edificio del Parlamento.
En los enfrentamientos al menos dos periodistas fueron apartados violentamente por la policía, la cual reportó que una decena de asistentes fueron detenidos y unas 20 personas resultaron heridas y fueron hospitalizadas.
Al continuar este jueves las manifestaciones, los inconformes crearon un altar improvisado con velas, flores y notas escritas a mano en protesta por la crisis. El movimiento de los “indignados” dijo que celebraría un segundo día de protesta, y convocó un acto en la ciudad de Tesalónica, en el norte del país.
El anciano que se suicidó bajo un árbol en la plaza Syntagma el miércoles por la mañana, a unos cien metros del Parlamento, señaló que los recortes de austeridad aprobados por el gobierno habían “aniquilado” su pensión y lo habían dejado en la pobreza.
La televisión privada Skai señaló que el hombre dejó una nota en su bolsillo, la que atribuía su decisión de quitarse a la vida a la crisis de deuda, alegando que no quería ser un lastre económico para sus hijos.
También comparó al actual régimen con el que fue impuesto por los ocupantes nazis en 1941. El gobierno griego está implementando un reajuste económico impopular a cambio de los préstamos de la Unión Europea (UE) y el FMI.
“El gobierno de ocupación literalmente ha aniquilado mi capacidad para sobrevivir con una pensión decente para la que he pagado durante 35 años”, indicó el jubilado en un extracto publicado en la prensa griega.
“No encuentro otra solución para un final digno, y no quiero tener que buscar en la basura para alimentarme”, escribió, presuntamente con tinta roja, según información difundida por la prensa.
El diario conservador Eleftheros Typos calificó a la víctima de “mártir de Grecia” y aseguró que su acto está lleno de “un profundo simbolismo político” que podría “conmocionar a la sociedad griega y al mundo político y despertar su conciencia”, antes de las elecciones parlamentarias del próximo mes.
La ira por el suicidio se dirige sobre todo a los políticos, pero también a las duras medidas de austeridad prescritas por la UE y el FMI a cambio de conceder los fondos del rescate para sacar al país de su peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial.
Los ingresos de los griegos han caído en los últimos tres años 20 por ciento, mientras cientos de miles han perdido su trabajo.
El desempleo llega a un récord de 21 por ciento, supera el millón de personas, duplica el nivel promedio de la eurozona (de 10.2), y entre los jóvenes alcanza 50 por ciento.
Desde el comienzo de la aplicación de planes restrictivos en 2010, las pensiones se han recortado en alrededor de 15 por ciento; ahora los jubilados deben vivir con unos 500 euros. A eso se suma el aumento de los precios en un promedio de 10 por ciento, así como un incremento generalizado de impuestos.
Además el número de personas sin casa aumentó 25 por ciento, de acuerdo con un cable de Notimex, el cual señaló que poco más de la cuarta parte de la población enfrenta riesgo de pobreza o exclusión social.
En Grecia, los suicidios han aumentado en casi 20 por ciento en los últimos dos años, presuntamente como resultado de los duros recortes que incrementaron el desempleo y la recesión económica. Los siquiatras calculan que desde el inicio de la crisis en 2009 se han quitado la vida unas mil 500 personas.
En los tres primeros meses de 2012 la cifra de suicidios es de 149, publicó el diario Ekathimerini en su versión electrónica.
“Es horrible. No deberíamos haber llegado a este punto. Los políticos en el Parlamento que nos han traído hasta aquí deberían ser castigados por esto”, expresó Anastassia Karanika, una jubilada de 60 años.
En la semana ha habido cuatro intentos de suicidio por problemas económicos, según la policía. En uno de los casos, el dueño de un café en el centro del país, de 35 años, fue hospitalizado después de intentar matarse tomando pesticida, porque temía que su negocio acabara en manos del banco si no podía pagar la hipoteca.
El primer ministro griego, Lucas Papademos, y los líderes de los principales partidos que respaldan el gobierno de coalición lamentaron el incidente, pero destacaron que no debía convertirse en un debate nacional. “En estas horas difíciles para nuestra sociedad, todos, el Estado y los ciudadanos, tenemos que apoyar a nuestros compatriotas desesperados”, señaló.
“Las circunstancias exactas que llevaron a este hombre a poner fin a su vida no se conocen y creo que debemos permanecer calmados y mostrar respeto por los sucesos verdaderos”, apuntó el portavoz del gobierno, Pantelis Kapsis.
“Aquellos que deberían haberse suicidado hace mucho tiempo son los políticos que sabiéndolo decidieron llevar a este país y a su gente a este estado”, dijo el diputado conservador Panos Kammenos, que creó recientemente el partido antiausteridad Griegos Independientes.
En relación con el suicidio del jubilado, el portavoz del FMI, Gerry Rice, declaró en conferencia de prensa: “queremos decir que estamos profundamente entristecidos de saber de cualquier muerte en esas circunstancias, y simplemente expresar nuestro pésame”.
George Orwell acuñó el útil término “nopersona” para personas a las que se niega el estatuto de personas porque no acatan la doctrina estatal. Podemos agregar el término “nohistoria” para referirnos a la suerte de nopersonas, expurgadas de la historia por motivos semejantes.
La nohistoria de las nopersonas se recuerda a lo largo de los los aniversarios. Los importantes generalmente se conmemoran con la debida solemnidad cuando resulta apropiado, como por ejemplo Pearl Harbor. Pero otros no se conmemoran y podríamos aprender mucho de nosotros si los sacamos de la nohistoria.
Ahora mismo no conmemoramos un evento de gran significación humana: el 50 aniversario de la decisión del presidente Kennedy de lanzar la invasión directa de Vietnam del Sur, que pronto se convirtió en el crimen más extremo de agresión desde la Segunda Guerra Mundial.
Kennedy ordenó que la Fuerza Aérea de EE.UU. bombardeara Vietnam del Sur (en febrero de 1952, se habían realizado cientos de misiones); autorizó la guerra química para destruir cultivos con el fin de hambrear hasta la sumisión a la población rebelde; y activó programas que acabaron llevando a millones de aldeanos a tugurios urbanos y a campos virtuales de concentración, o “Aldeas Estratégicas”. Allí los aldeanos serían “protegidos” contra las guerrillas indígenas a las cuales, como sabía el gobierno, apoyaban voluntariamente.
Los esfuerzos oficiales para justificar los ataques eran escasos y la mayor parte fantasiosos. Uni típico fue el apasionado discurso del presidente ante la Asociación Estadounidense de Editores de Periódicos el 27 de abril de 1961, cuando señaló que “en todo el mundo se nos opone una conspiración monolítica e implacable que se basa primordialmente en medios clandestinos para expandir su esfera de influencia”. En las Naciones Unidas, el 25 de septiembre de 1961, Kennedy dijo que si esa conspiración lograba sus objetivos en Laos y Vietnam “las puertas quedarán abiertas”.
Los efectos a corto plazo fueron mencionados por el altamente respetado especialista en Indochina e historiador militar Bernard Fall, que no era pacifista, pero se preocupaba por la gente de los países atormentados.
A principios de 1965 calculó que unos 66.000 sudvietnamitas murieron entre 1957 y 1961; y otros 89.000 entre 1961 y abril de 1965, en su mayoría víctimas del régimen cliente de EE.UU. o “del peso aplastante de los blindados, napalm, bombarderos jet y finalmente gases vomitivos estadounidenses”.
Las decisiones se mantuvieron ocultas, así como las espantosas consecuencias que persisten. Para mencionar solo una ilustración: Scorched Earth de Fred Wilcox, el primer estudio serio del horripilante y continuo impacto de la guerra química en los vietnamitas, apareció hace algunos meses –y probablemente se sumará a otras obras de la nohistoria. El núcleo de la historia es lo que sucedió. El núcleo de la nohistoria es “borrar" lo que sucedió.
En 1967, la oposición a los crímenes en Vietnam del Sur había llegado a un grado importante. Cientos de miles de soldados de EE.UU. causaban estragos en Vietnam del Sur y se sometían las áreas pobladas a intensos bombardeos. La invasión se había propagado al resto de Indochina.
Las consecuencias habían llegado a ser tan horrendas que Bernard Fall predijo que “Vietnam como entidad cultural e histórica… está amenazado de extinción… (mientras)… el campo literalmente muere bajo los golpes de la mayor maquinaria militar jamás desatada contra un área de ese tamaño”.
Cuando la guerra terminó ocho devastadores años más tarde, la opinión dominante estaba dividida entre los que la llamaban una “causa noble” que podría haberse ganado con más dedicación y en el otro extremo, los críticos, para quienes había sido “un error” que resultó demasiado costoso.
Faltaban todavía los bombardeos de la remota sociedad campesina del norte de Laos, con tal magnitud que las víctimas vivieron en cuevas durante años para tratar de sobrevivir; y poco después el bombardeo de Camboya rural, sobrepasando el nivel de todos los bombardeos aliados en el escenario del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.
En 1970, el consejero nacional de seguridad de EE.UU., Henry Kissinger, ordenó “una masiva campaña de bombardeo en Camboya. Cualquier cosa que vuele sobre cualquier cosa que se mueva” –un llamado al genocidio de un tipo raramente encontrado en los archivos conocidos.
Laos y Camboya fueron “guerras secretas”, porque la información fue poca y los hechos todavía son poco conocidos por el público en general o incluso por elites educadas, quienes sin embargo pueden recitar de memoria cada crimen real o supuesto de los enemigos oficiales.
Otro capítulo en los anales desbordantes de la nohistoria
Dentro de tres años podremos –o no podremos– conmemorar otro evento de gran relevancia contemporánea: el octavo centenario de la Carta Magna.
Ese documento es el fundamento de lo que la historiadora Margaret E. McGuiness, refiriéndose a los Juicios de Núremberg, aclamó como un “tipo particularmente estadounidense de legalismo: castigo solo para quienes se pueda demostrar que son culpables, por medio de un juicio justo, con una panoplia de protecciones de procedimiento”.
La Carta Magna declara que “ningún hombre libre” será privado de derechos “excepto por el juicio legal de sus pares y por la ley del país”. Los principios se ampliaron posteriormente para aplicarlos a todas las personas en general. Cruzaron el Atlántico y entraron en la Constitución y en la Declaración de Derechos de EE.UU., señalando que no se puede privar de derechos a ninguna "persona" sin el debido proceso y un juicio rápido.
Los fundadores, claro está, no querían que el término “persona” se aplicara a todas las personas. Los americanos nativos no eran personas. Tampoco los esclavos. Las mujeres apenas eran personas. Sin embargo, concentrémonos en la noción central de la presunción de inocencia, que se ha arrojado al olvido de la nohistoria.
Otro paso del debilitamiento de los principios de la Carta Magna fue cuando el presidente Obama firmó la Ley de Autorización de la Defensa Nacional, que define la práctica Bush-Obama de detención indefinida sin juicio bajo custodia militar.
En la actualidad ese tipo de tratamiento es obligatorio en el caso de los acusados de ayudar a fuerzas enemigas durante la “guerra contra el terror”, u opcional si los acusados son ciudadanos estadounidenses.
El alcance es ilustrado por el primer caso de Guantánamo que llegó a proceso bajo el presidente Obama: el de Omar Khadr, un ex niño soldado acusado del horrendo crimen de tratar de defender su aldea afgana cuando fue atacada por fuerzas de EE.UU. Capturado a los 15 años, Khadr fue encarcelado durante ocho años en Bagram y Guantánamo, luego llevado ante un tribunal militar en octubre de 2010, donde se le dio la alternativa de declararse inocente y permanecer en Guantánamo para siempre, o de declararse culpable y permanecer solo 8 años más. Khadr prefirió esto último.
Muchos otros casos iluminan el concepto de “terrorista”. Uno es Nelson Mandela, sacado de la lista de terroristas solo en 2008. Otro fue Sadam Hussein. En 1982 Irán salió de la lista de Estados que apoyaban el terrorismo para que el gobierno de Reagan pudiera suministrar ayuda a Hussein después de que invadió Irán.
La acusación es caprichosa, sin revisión o recurso, y refleja comúnmente objetivos políticos, en el caso de Mandela para justificar el apoyo del presidente Reagan a los crímenes del Estado del apartheid en su defensa contra uno de los “grupos terroristas más notorios” del mundo: el Congreso Nacional Africano de Mandela.
Lo más importante está consignado en la nohistoria.
Por Noam Chomsky
NYT/Truthout
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Distributed by The New York Times Syndicate.
2011 The New York Times Company
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