Varios estudios recientes han expuesto diferentes facetas del modelo económico arcaico y predatorio que todavía predomina en la Amazonia brasileña. A pesar de los esfuerzos realizados en los últimos años por el gobierno federal, las administraciones estatales y municipales, y la sociedad civil –lo que dio como resultado una reducción continua de los índices de deforestación desde 2005–, el hecho es que el 17% del bosque tropical brasileño ya ha sido consumido; y los mecanismos y prácticas que destruyen la biodiversidad, perjudican los servicios ambientales (1), generan conflictos sociales, empobrecen la cultura, marginan poblaciones, agravan el calentamiento global y comprometen la imagen de Brasil, continúan vigentes.
La edición de junio de 2009 de la revista Science (2) incluye un estudio sobre el tema, firmado por investigadores del Instituto del Hombre y el Medio Ambiente de la Amazonia (Imazon), que bautiza este modelo como “boom-colapso”, en alusión al efecto “sube y baja” que caracteriza la economía de la región: grandes ganancias financieras para un pequeño grupo al principio, seguidos de pérdidas y perjuicios para la sociedad en general.
Los investigadores constataron que, en el corto plazo, mejoran los indicadores socioeconómicos, como por ejemplo el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Sin embargo, los beneficios duran alrededor de una década y media, agotándose cuando se terminan la explotación de madera y la productividad de la ganadería. En ese momento, entonces, los municipios pasan a presentar índices de calidad de vida parecidos a los del período anterior a la deforestación, con una diferencia fundamental: perdieron la oportunidad de hacer un uso adecuado de los activos naturales y de crear una economía sostenible con una distribución de la renta más ecuánime. Sumado a eso, heredan suelos degradados, desempleo, concentración agraria, éxodo rural, miseria urbana y, por supuesto, el fin de los bosques y de los recursos naturales disponibles.
El año pasado se publicaron asimismo otros importantes trabajos realizados por Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) que describen las prácticas deletéreas de poderosos grupos empresariales y sus negocios globales, lo que causó un fuerte impacto en la opinión pública.
En octubre de 2008, la ONG Repórter Brasil redactó una lista de las empresas establecidas en San Pablo que se benefician con el avance predatorio de la actividad agropecuaria y maderera ilegal sobre el bosque, además de mantener relaciones comerciales con propietarios e inversores rurales que explotan el trabajo esclavo. La divulgación del trabajo, titulado “Conexiones sustentables San Pablo-Amazonia: quién se beneficia con la destrucción de la Amazonia” (3), dio como resultado la firma de tres pactos empresariales para el control de las cadenas productivas de la madera, la ganadería y la soja oriundas de la Amazonia.
La organización Amigos de la Tierra-Amazonia Brasileña publicó, en abril de 2008, el informe “La hora de la cuenta – Ganadería, Amazonia y coyuntura” (4), en el que explica que la Amazonia se consolidó como una importante región productora de carne debido a la instalación de megafrigoríficos, financiados con recursos públicos subsidiados por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) de Brasil del orden de los 6.000 millones de reales en 2008, un récord histórico. De ese monto, casi nada se destinó al aumento de la productividad y la recuperación de tierras degradadas o abandonadas. El informe muestra incluso que uno de los factores centrales para la viabilidad de la ganadería en las principales regiones productoras de la Amazonia es la invasión y la posesión ilegal de tierras públicas, acompañada de deforestación irregular.
A comienzos de este mes, Greenpeace Brasil divulgó por su parte, después de tres años de estudios, el informe “La farra del buey” (5). Allí, la organización ambientalista revela que la destrucción de la Amazonia se debe mayoritariamente al sector ganadero, responsable de una de cada ocho hectáreas de bosques tropicales destruidas en el planeta. Ese trabajo analiza las fuertes inversiones gubernamentales destinadas a ese sector, con el objetivo de consolidar el liderazgo de Brasil en la exportación de carne bovina y duplicar su participación para alcanzar los dos tercios del mercado mundial de aquí a 2018. El informe hace también una lista de varias empresas nacionales e internacionales que se abastecen de productos de esa cadena productiva ilegal y antiética, y acusa al BNDES de contribuir a la devastación ambiental, en la medida en que financia a los frigoríficos sin exigir contrapartidas ambientales.
La novedad que introdujo el estudio de Greenpeace fue su sociedad con el Ministerio Público Federal para iniciar acciones civiles públicas en el Estado de Pará contra los frigoríficos y las redes de venta minorista citados en el texto. La medida generó diferentes reacciones: grandes cadenas minoristas, como Wal-Mart, Carrefour y Pão de Açúcar, suspendieron las compras a los frigoríficos involucrados, exigiendo a los proveedores trazabilidad y garantías socioambientales confiables para los productos provenientes de la Amazonia. Las entidades ruralistas ya intentaron descalificar el estudio e intimidar a sus autores con procesos judiciales, en lugar de adoptar técnicas productivas sustentables que favorezcan la ganancia de productividad, trazabilidad y recuperación de las áreas degradadas.
A pesar de las evidencias recabadas en los estudios citados y de importantes resultados alcanzados en el ámbito del Programa de Prevención y Control de la Deforestación en la Amazonia, la ideología y las fuerzas que sustentan el modelo predatorio continúan en plena forma debido, especialmente, a la postura equivocada de algunos sectores del gobierno federal y del Congreso Nacional. Teniendo en cuenta las urgencias de nuestro tiempo –sintetizadas por la confluencia del agravamiento del calentamiento global y la situación dramática de las poblaciones pobres en todo el planeta– la persistencia de un patrón de desarrollo arcaico en Brasil –país clave para iniciar el viraje necesario hacia un modelo de base sustentable– es muy preocupante.
Desde los ministerios que definen políticas vitales para la Amazonia llegan discursos y medidas que aumentan esa preocupación, al converger en el desmantelamiento de la legislación ambiental y la defensa de facilidades económicas para sectores que especulan con tierras en la región (6), y al negarse a asimilar métodos que eviten nuevas deforestaciones. Esos sectores fueron premiados recientemente con una regularización agraria que distribuyó más de 60 millones de hectáreas de tierras públicas, buena parte de ellas a personas y grupos que las invadieron y promovieron su deforestación a gran escala. O sea, las autoridades responsables de las políticas de desarrollo tratan a los bosques como un obstáculo y no como un beneficio para la nueva economía del siglo XXI.
Tal postura, no obstante, está siendo confrontada por las constantes alertas tanto de respetados formadores de opinión como de la propia sociedad. En una investigación realizada por el Instituto DataFolha en mayo pasado, el 96% de la población brasileña defendió la legislación ambiental y dio un mensaje claro a los productores rurales: pide respetar los límites establecidos por la ley para la protección de bosques, ríos, suelos y biodiversidad (7). Ya no se acepta la justificación de la producción de alimentos a costa de la destrucción ambiental.
Se ha llegado así, a un umbral. El gobierno brasileño necesita hacer una elección clara: liderar una transición que convierta a Brasil en una referencia mundial en la búsqueda de nuevos parámetros de desarrollo, o seguir siendo fiador del pasado, garantizando sobrevida a una concepción de mundo ya superada, que se basa en otorgar privilegios y permitir la sobreexplotación de los activos sociales y ambientales para usufructo de algunos pocos, sin medir las consecuencias.
La investigación de Datafolha mostró que los brasileños quieren empleo, renta y acceso a bienes de consumo, pero no a cualquier precio. Quieren también seguridad ambiental, compromiso ético y visión a largo plazo para crear hoy las condiciones para un salto civilizatorio indeclinable.
En la Amazonia ese dilema se plantea de varias maneras. La explotación ganadera y maderera irregular es sólo uno de los aspectos. Otro, de igual importancia, es la puesta en marcha de obras de infraestructura. El conocimiento acumulado sobre las debilidades del bioma amazónico recomienda cuidados especiales en ese tipo de proyectos, comenzando por el imprescindible proceso de licenciamiento ambiental, hecho en forma y tiempo adecuados. Frente a eso, las maniobras para evitar o flexibilizar los procedimientos exigidos por la legislación con el objetivo de acelerar la aprobación de las obras, como se intenta, por ejemplo, con la ruta BR 319, son inaceptables. La historia enseña que, realizadas en discrepancia con las contingencias ambientales, esas obras son inductoras de procesos económicos y sociales que pueden redundar en verdaderas catástrofes sociales, culturales, ecológicas y económicas en toda el área de influencia del emprendimiento, en vez de generar los beneficios esperados.
Brasil vive un momento crucial, que exige, para que sea posible prosperar, elecciones valientes en pos de un cambio de rumbo y de patrones. Las alternativas ya existen, tienen fuerte base tecnológica, una concepción política e institucional innovadora y sectores de punta dispuestos a superar sus límites adoptándolas. Se trata de un desafío que no es sólo de los brasileños. Se impone a toda la comunidad global. Evidentemente, el país que detenta un patrimonio tan significativo como la Amazonia tiene una misión especial que cumplir.
Una misión domesticadora, en términos del siglo XXI. Si antes, en la historia de la humanidad, domesticar significaba dominar, sojuzgar e imponer, hoy quiere decir tener la capacidad de reinventar la civilización, sumando el ambiente natural como parámetro para la superación de los excesos y equívocos de la sociedad de consumo, en una perspectiva anticipatoria de la sociedad sustentable que se pretende consolidar.
Brasil es candidato natural a ser una gran nación para navegar el futuro y no puede continuar preso de las peores amarras de su historia, sin utilizar plenamente lo que ésta le ofrece como herramienta liberadora: los excepcionales recursos naturales y la igualmente excepcional diversidad social y cultural. A lo largo de las últimas décadas, esta opción ya fue realizada por crecientes contingentes sociales en los espacios académicos, comunitarios, empresariales, de organizaciones de la sociedad civil y en nichos de excelencia del sector público. De esa nueva cultura han emanado continuas demostraciones de que dar el salto cualitativo es posible y viable. Falta la opción decidida de aquellos que tienen mucho poder en el proceso decisorio del país y en la implementación de grandes políticas, es decir, los gobernantes y los sectores empresariales de peso.
Por Marina Silva, senadora de la República Federativa del Brasil por el Estado de Acre en representación del Partido de los Trabajadores (PT), fue ministra de Medio Ambiente (2003-2008).
Traducción: Claudia Solans
Notas:
1 Los servicios ambientales son funciones ecológicas y procesos que aseguran el equilibrio de los ecosistemas y posibilitan la supervivencia y el bienestar de todas las especies en el planeta.
2 Science, Vol. 324, Nº 5.933, Nueva York, junio de 2009.
3 www.reporterbrasil.org.br/documentos/conexoes_sustentaveis.pdf
4 www.amazonia.org.br/arquivos/308285.pdf
5 www.greenpeace.org.br/gado/FARRAweb-alterada.pdf
6 Véase Dario Pignotti, “Polémica diplomacia del cárbono”, en el dossier “Amazonia, el espacio geoestratégico del siglo XXI”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, agosto de 2009.
7 http://datafolha.folha.uol.com.br/po/ver_po.php?session=891
Le Monde diplomatique. Brasil
Mérida, 14 de julio. La ciencia es fundamental para todos los países y debe tener un beneficio en su economía, pero sin el apoyo para el desarrollo de la ciencia básica será imposible alcanzar las aplicaciones del conocimiento, aseguró Joseph H. Taylor, premio Nobel de Física 1993.
El científico estadunidense consideró que el mundo debe basarse en el conocimiento científico para progresar: “las ciencias son en gran medida una empresa internacional”. Subrayó que no es necesario que México, al igual que muchas otras naciones, cubra todas las áreas científicas, sino que debe concentrarse en puntos particulares que a largo plazo tengan impacto en el desarrollo de la economía.
En entrevista en el contexto de la 40 Olimpiada Internacional de Física, que se celebra en esta ciudad, el Nobel dijo que los científicos deben tomarse un tiempo “para hacer comprensibles sus investigaciones y se entienda por qué es importante estudiar las leyes de la naturaleza y obtener conocimientos que posiblemente no tengan aplicación práctica el día de hoy, inclusive en años, pero que con el tiempo se volverán importantes”.
Aseveró que es verdad que el conocimiento básico no brinda resultados aplicables inmediatos, pero es un hecho que esas investigaciones en todas las áreas, en particular en la física, han generado el desarrollo de instrumentos tecnológicos que hoy son comunes y prácticos para la sociedad.
Un ejemplo, explicó, es el descubrimiento de las leyes del electromagnetismo, hace casi 200 años, que actualmente son la base para la construcción de sistemas de motores eléctricos, radios, televisores y grabadoras, entre otros.
“Todos estos adelantos existen hoy día porque entendemos esas leyes, lo que no hubiera sido posible sin haber realizado antes estudios fundamentales. La mayor parte de los científicos que hacen este trabajo se interesan más en responder las preguntas que en realizar aplicaciones; éstas vienen inmediatamente después (de las respuestas).”
Joseph H. Taylor, quien obtuvo el Premio Nobel en Física junto con su alumno Joel Weinsberg gracias al descubrimiento de un nuevo tipo de pulsares que demuestran parte de la teoría de la relatividad de Albert Einsten, y que abrió nuevas perspectivas y posibilidades en el estudio de la gravitación, expresó que “parte de la emoción de ser científico es descubrir algo totalmente nuevo, algo que nadie sabía”.
Manifestó que sus investigaciones aún no le han brindado utilidades económicas, pero confió en que ese conocimiento será importante en el futuro. “A veces uno hace descubrimientos fundamentales para la ciencia, pero no para la vida cotidiana (a corto plazo); sin embargo, lo importante es el incremento de los conocimientos.”
Taylor, quien interactúa de cerca con los 400 jóvenes participantes en esa justa internacional, consideró que para que México pueda aumentar su capacidad científica es necesario que se incremente la cobertura y calidad de la educación media superior y superior, además de que los profesores de esos niveles cuenten con alta preparación académica.
Destacó la importancia y prioridad que países como China e India han dado al desarrollo de la ciencia y la manera en que se han aprovechado para beneficiar directamente a sus economías, las cuales “crecen de manera muy rápida”. En contraparte, indicó que en Estados Unidos existe preocupación porque se ha “perdido el liderazgo que teníamos”.
Indicó que todos los países deben aprovechar los adelantos científicos del más alto nivel para progresar, porque la ciencia es uno de los elementos fundamentales para tal fin.
“El mundo tiene que progresar, por lo que se debe poner énfasis en que las ciencias son una empresa internacional, y, aunque existe competencia, también se comparten los resultados. Cuando se hacen nuevos descubrimientos no se mantienen en secreto, sino al contrario, se ponen a disposición de todos; así otros países pueden sacar ventaja al igual que la nación en la que se realizó el hallazgo.”
Al referirse a la importancia de la edición 40 de la competencia juvenil internacional, Taylor aseveró que “es una excelente oportunidad” para que estudiantes brillantes de todo el mundo se reúnan, compartan experiencias y resuelvan problemas sobre física.
Consideró que su participación “es útil” para los alumnos, pues “puedo darles alguna guía o inspiración para que decidan desarrollarse como físicos”.
Lamentó que en esta justa académica exista tan poca participación femenina, pues más de 90 por ciento de los competidores son hombres. Dijo que este fenómeno no se presenta exclusivamente en la olimpiada, sino que es un problema común en muchos países en los que las áreas científicas son prácticamente copadas por el sexo masculino, aunque en años recientes la situación se ha ido revirtiendo y más mujeres comienzan a interesarse por esas áreas del conocimiento.
Un ejemplo, dijo, es Irán: “Hace dos años visité ese país para participar en algunas conferencias en la Universidad de Terán, la más grande para estudios científicos y técnicos de esa nación, y descubrí que tiene un gran departamento de física donde más de la mitad de los estudiantes son mujeres. Estaba muy impresionado y pregunté cómo era posible tal circunstancia, porque en mi país no es así. La respuesta fue que las madres les recomiendan que estudien física, porque es el futuro del mundo”.
Por Emir Olivares Alonso
Enviado
¿Tiene sentido debatir sobre el concepto de desarrollo en medio de una crisis como la actual? ¿Hay lugar para otras prioridades, más allá de cómo crear empleo, cómo evitar el avance de la pobreza, o cómo garantizar la financiación de la actividad económica…? ¿Acaso podemos preocuparnos ahora por nuevas orientaciones para el bienestar humano, cuando éste se ve amenazado en primera instancia por una profunda recesión económica?
Es posible que muchas personas respondieran negativamente a estas interrogantes. Y lo más probable, además, es que lo hicieran con rotundidad. Y es que, como ya ocurriera en otros momentos de la historia, la preocupación por afinar en la definición del progreso humano tiende a difuminarse en épocas de crisis, en las que sólo lo más inmediato y perentorio parece tener un lugar en las preocupaciones políticas y académicas.
Sin embargo, es posible que tales debates tengan hoy más sentido que nunca. En primer lugar, porque nos encontramos frente a una crisis global, sistémica, distinta de todas las anteriores, pese a tener algunos componentes también presentes en ellas. Una crisis que trasciende el ámbito de los que comúnmente –y en contra de Aristóteles- se considera lo “económico”, para afectar de lleno a la política, el ambiente, la cultura, etc., es decir, al modelo de desarrollo.
Y en segundo término, porque la crisis que actualmente azota a muchos millones de personas en todo el mundo, hace que se sumen a los cientos de millones que, en muchos países, ya vivían en la miseria antes de que nadie hablara de las hipotecas basura. Esta es una crisis inseparable de las ideas y los conceptos que se han ido imponiendo en las últimas décadas sobre cómo se entiende el progreso y el bienestar humanos. De nuevo nos encontramos ante el tema del desarrollo.
Estas dos cuestiones hablan de la pertinencia y actualidad del debate sobre el modelo económico y social, como elemento básico para entender muchos aspectos de la crisis, e incluso su propia naturaleza. Se trata de asuntos directamente relacionados con el diagnóstico de lo que está ocurriendo. Pero, dadas su especial naturaleza y sus múltiples dimensiones, una mirada rigurosa sobre la crisis no debería abarcar únicamente al pasado más inmediato, sino referirse a un período considerablemente más extenso. Es necesario examinar una larga trayectoria, en la que los medios e instrumentos que supuestamente debían servir para avanzar hacia el bienestar, la libertad, la equidad, y la sostenibilidad, fueron paulatinamente convertidos en fines en sí mismos, con las consecuencias que hoy conocemos.
Es evidente –pues, por fin, existe un amplio consenso al respecto- que las políticas desreguladoras, auspiciadas por gobiernos y organismos multilaterales durante las últimas dos décadas, están en la base de profundos desequilibrios y asimetrías en algunos mercados (especialmente los financieros y, en algunos países, los inmobiliarios) que han acabado por reventar, generando un tsunami que ha afectado al conjunto del sistema económico. Son ya muchos quienes sostienen, además, que dichas políticas han favorecido prácticas financieras y empresariales desastrosas, generadoras de precariedad laboral e inseguridad humana, mientras paradójicamente alimentaban un modelo de consumo tan alocado como insostenible. Es decir, no hay duda de que la crisis tiene causas, bien identificadas, que tienen que ver con la deserción del Estado y, en general, de las instituciones económicas que abdicaron de su función principal –garantizar el bienestar humano y la estabilidad del sistema-, para dejar en manos del mercado el destino de las personas.
Nos encontramos frente a graves problemas que hunden sus raíces en procesos que vienen de lejos, y que tienen que ver con muchos de los debates en los llamados “Estudios sobre Desarrollo”.
Frente al optimismo de quienes pensaban que todo quedaría resuelto a través del crecimiento económico, ya en los años sesenta y setenta del siglo pasado algunas voces comenzaron alertar sobre sus limitaciones, así como sobre las nuevas amenazas que podían derivarse de un crecimiento ilimitado. Así, algunos problemas, como la redistribución y la pobreza, las negativas afecciones al medio ambiente y los recursos naturales disponibles, las restricciones de la libertad y los derechos humanos en nombre del crecimiento, y otros más, pasaron a formar parte de del debate. Algunos autores caracterizaron el modelo surgido como maldesarrollo, subrayando sus características globales, sistémicas, capaces de englobar las categorías hasta entonces más comúnmente empleadas (desarrollo y subdesarrollo).
Sin embargo, la grave crisis del modelo de acumulación capitalista habida en los años setenta, la incapacidad de las políticas keynesianas convencionales para hacerle frente, y la paulatina consagración de la nueva ortodoxia neoliberal, lograron dejar en un segundo plano aquellas sensatas preocupaciones. Peor aún: el continuo reduccionismo intelectual, y el avance del llamado por algunos “pensamiento único”, dejaron inermes a los teóricos del desarrollo para afrontar los nuevos retos que se presentaban, derivados esta vez del avance de la globalización y de la creciente transnacionalización de los problemas en presencia. En una palabra, el maldesarrollo se agudizaba, mientras la investigación sobre el mismo se debilitaba, y la “oficialidad” se mostraba despreocupada, cegada por el espejismo de la orgía de crecimiento y consumo de los últimos años.
En estas circunstancias, existe el peligro de que –como ha sucedido en otras ocasiones- todos los esfuerzos políticos e intelectuales se concentren en volver a comenzar con el crecimiento económico. Enfrentamos el riesgo de intentar recuperar cuanto antes, y a cualquier precio, la senda del crecimiento económico y que, en consecuencia, queden postergadas cualesquiera otras consideraciones, incluidas las relativas a la equidad, la sostenibilidad, o los derechos humanos, ahondándose así en las características del mencionado maldesarrollo. En caso de tener “éxito”, una estrategia de ese tenor podría satisfacer los intereses y preocupaciones de corto plazo de los grupos económicos y sectores sociales con más capacidad de incidir en la opinión pública y en la toma de decisiones políticas, en detrimento de un desarrollo humano y sostenible capaz de representar una alternativa de bienestar universalizable, a la vez que compatible con los derechos de las futuras generaciones.
Pero ello no podría evitar la recurrente irrupción de crisis sociales, ambientales y políticas, inherentes a un modelo económico desequilibrado, frágil, y crecientemente inestable. De ahí la necesidad y la urgencia de plantear alternativas a la actual crisis que vayan más allá de lo coyuntural y que, en línea con las exigencias del desarrollo humano y la sostenibilidad, planteen cambios estructurales en la manera de organizar la producción y la distribución, al servicio de las personas y acordes con la preservación de los recursos. De ahí la importancia que, en momentos como los actuales, tiene el debate sobre el desarrollo.
Por, Koldo Unceta, catedrático de Economía del Desarrollo de la Universidad del País Vasco (España). El presente artículo ofrece algunas ideas elaboradas en el ensayo “Desarrollo, Subdesarrollo, Maldesarrollo y Postdesarrollo. Una mirada transdisciplinar sobre el debate y sus implicaciones”, que acaba de publicarse en Carta Latinoamericana nº 7, D3E-CLAES.
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